A la hora de trabajar con parejas, es posible identificar que las relaciones no sólo dependen del amor que se tienen sino de cómo administran la relación. Muchas veces los criterios con que se sostienen las parejas pueden ser en sí mismos disfuncionales o llevar a dificultades muy graves. No podría llamar «errores» a esos criterios, pero sí remarcar que sostenerlos puede llevar a dificultades y/o rupturas.
¿Cuáles son estos criterios, estas creencias que pueden llevar a dificultades en las relaciones?
«Todo debe ser a medias.»
Es positivo que en una pareja haya un equilibrio entre los aportes que cada uno ofrece. Básicamente la pareja se sostendrá por el equilibrio entre lo que uno da y lo que le es posible tomar de ella. Como dice Bert Hellinger, el creador de las constelaciones familiares, este orden es necesario para sostener la relación. De hecho es preferible que uno de un poquito más de lo que siente que puede tomar, así el otro, si hace lo mismo, realiza un círculo virtuoso de crecimiento.
Sin embargo, esto puede llevar a la creencia que uno tiene que aportar, concretamente, lo mismo que el cónyuge. Repartir equitativamente los ingresos y las actividades. El hecho de intercambiar tareas, “si tú cocinas, yo paso la aspiradora” puede generar la ilusión de que la pareja es equilibrada sin que esto suceda realmente.
Dar y tomar de una manera equilibrada no depende tanto del reparto de tareas o de ingresos sino más bien de la actitud que cada uno tenga. Si sólo me ocupo de cuidar y hacer por el otro, sin darme lugar o sin dejarme cuidar entonces, independientemente de cuáles tareas haga o de cuántos ingresos genere, puede que se vaya generando una relación despareja en donde la sensación predominante es que doy más de lo que me dan.
A pesar de que puede parecer una responsabilidad del otro, la mayoría de las veces tiene que ver con una actitud personal, donde no se permite tomar, ni cuidar, ni generar los espacios individuales necesarios. Muchas veces tiene más que ver con la actitud de ponerse a uno mismo en segundo plano que con el hecho de que el cónyuge no tenga la intención de dar.
De la misma manera, si mi interés y mi prioridad está colocada en espacios y actividades por fuera de la pareja, y la otra parte me tiene como prioridad, es probable que también se genere ese desnivel. Es necesario estar presente y completamente, con una energía similar a la del otro, para que la construcción sea compartida.
«Yo sé lo que mi pareja piensa”; «El/ella Debería saber lo que pienso».
Dentro de la terapia cognitiva existe una clasificación de las distorsiones que uno realiza al observar la realidad. Una de ellas se le llama «lectura del pensamiento». Sucede que en muchas ocasiones uno cree saber o adivinar lo que el otro piensa sin que el otro realmente diga algo, concretamente.
Esta distorsión puede traer penosos resultados para quién inconscientemente se esté vinculando así con la realidad.
En la pareja, esto es un clásico. Muchas veces uno de los dos no pregunta o no sugiere hacer cambios o proponer acciones porque cree saber lo que el otro pensará al respecto. El cerebro y la mente humana son demasiados complejos para que nos dejemos llevar por estos criterios adivinatorios. Por más bien que conozcamos a la persona no podemos saber cuál va a ser la respuesta. Cierto es que tal vez haya probabilidades de que se cumpla lo que suponemos pero siempre, siempre, es mejor preguntar y sacarse la duda. De hecho, yo no podría decir que respondería siempre igual a las diversas cuestiones de mi vida.
No sólo se cree que se sabe lo que el otro piensa, sino que además se supone que el otro debería saber lo que yo estoy pensando!
Cuenta Pilar Sordo, a propósito de este último postulado, que una pareja le contó la siguiente anécdota: Iban caminando, mirando vidrieras cuando al detenerse en una tienda de zapatos, ella le dijo: «Mirá que lindas botas!»; él atentamente respondió: «Sí, están muy lindas!». Siguieron caminando y a las dos cuadras el logra darse cuenta que el ánimo de ella cambió, y que su cara demuestra enfado. Al preguntarle qué le sucede, ella responde «Estoy ofendida porque no ofreciste comprar o que me pruebe las botas, y vos sabías que yo las quería!».
Este es un clásico ejemplo en donde suponer que el otro sabe lo que uno está pensando puede traer consecuencias. ¿Cuántas veces realizamos este tipo de reclamos? ¿Cuántas veces nos ofendemos después de un «pedido» que no fue concretamente dicho sino sugerido subrepticiamente? El otro no necesariamente tiene que saber ni adivinar lo que uno está pensando. Es mucho mejor poder decir concretamente lo que pienso o quiero.
Hay algo de verdad en que las personas que comparten algún tipo de intimidad (pareja, amigos, colegas) a veces se entienden sin palabras y perciben los pensamientos y sentimientos del otro, la palabra clave es “a veces”.
Esto sirve también para el matrimonio, es necesario comunicar con sensibilidad lo que quiero, lo que me gusta y lo que creo que el otro piensa para poder tener una buena relación. No leer la mente ni esperar que el otro nos la lea nos da una gran claridad y respeto en la relación.
“Debes hacer feliz a tu pareja”
Nadie puede hacerte feliz. Y tampoco nadie puede hacerte infeliz o desgraciado. Esa es una responsabilidad de cada uno. Quien se dispone a una pareja pensando que una vez allí va a encontrar la felicidad o va a lograr la felicidad, entonces se dispone a la pareja con demasiada carga, con demasiada expectativa y con una actitud infantil pues pretende que sea el otro el garante de su bienestar.
Tampoco el otro puede hacerte un desgraciado. Hay innumerables casos de personas que frente a una situación desgraciada como es el caso por ejemplo de Victor Frankl o Nelson Mandela que, frente a una situación crítica y desafortunada, pudieron forjar gran parte de su integridad o de su espíritu. Para ello necesitaron sentirse responsables de la forma en que toman su propio destino. Una actitud resiliente.
Habría que definir la felicidad para poder argumentar con propiedad sobre este asunto, pero podríamos decir que uno no puede ceder la totalidad de su bienestar a la tutela del cónyuge. Al hacerlo, no sólo lo cargo con una responsabilidad y un peso, sino que también le doy el poder sobre mi. Sabernos responsables de nosotros mismos nos provee de fuerza y esa fuerza también nos genera bienestar.
La felicidad es un estado interno y la forma de cultivarla aún es un misterio hermoso por resolver.
Entonces no es conveniente y no es sano que la pareja se convierta en el remedio a todos nuestros males. Hacerse cargo de la propia felicidad incrementa las posibilidades de lograr que la vida y el matrimonio sean satisfactorios.
Lo que si puede hacer una pareja es compartir y potenciar ese estado interno. Lo que sí sucede en una pareja es que esa potencialidad se incrementa. Pero esto sucede sólo cuando podemos salir de nuestros reclamos infantiles, conectar con el pulso de la vida y vivir en el amor junto al otro.
Estos son tres de los criterios que considero importantes a la hora de trabajar con las parejas, hay muchos más y por supuesto que cada caso es único. Cada caso puede tener maneras diferentes de sobrellevar estas cuestiones. El texto no pretende ser una receta ni algo que se aplique a todas las situaciones sino más bien una invitación a pensar sobre estos temas dentro de la pareja propia.
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Muchas gracias.
Lic Rodolfo Falcón.