
Soy psicólogo y tengo un trabajo excepcional. Me ha dado la posibilidad de acompañar a muchas personas. He podido acompañar a personas en situaciones tan maravillosas como la concreción de sueños largamente postergados, o tan dolorosas como un abuso. Me permitió ser partícipe de decisiones tan bellas como las de traer un hijo a la vida, o decisiones tan difíciles como la de tener que interrumpir ese proceso.
No estoy a favor del aborto. No podría estarlo, porque he visto y acompañado a esas mujeres que me consultan con una vivencia profunda de dolor, de desgarramiento interno por haber tenido que tomar esa decisión. Sinceramente nunca he escuchado que una de esas consultantes haya tomado la decisión, de interrumpir un embarazo, a la ligera. Siempre fueron procesos difíciles, decisiones complicadas y dolorosas.
Acompañé a muchas para que puedan elaborar las consecuencias psicológicas de esas decisiones. Sinceramente, desearía que nadie tuviera que vivir esa situación. No se lo deseo a ninguna persona.
Pero la cuestión es mucho más profunda que mis buenos deseos. Esas mujeres vinieron a mi consultorio, y algunas veces fui la única persona con la cual pudieron conversar el tema. Afortunadamente tenían a un profesional que las podía acompañar y sacarlas del aislamiento en el cual, el marco legal, las llevaba a vivir. Esas chicas tenían también dinero para poder pagarlo.
Muchas no tienen ni el dinero para un profesional ni la contención familiar…
Sostener la ilegalidad obliga a esas personas que van a decidir algo, desde ya muy difícil, a vivir esa situación de manera aislada y en soledad. Las obliga a acudir a lugares no especializados o incluso, en el peor de los casos, a tomar acción en soledad.
La legalidad es, entonces, necesaria. No sólo para salvar las vidas de las madres que corren riesgos innecesarios. Es necesario para que se pueda acompañar, contener y razonar. Para que se pueda entender y no estigmatizar. Actualmente eso no se hace, y la principal razón es que acompañar es también un delito.
La legalidad es, entonces, necesaria. No sólo para salvar las vidas de las madres que corren riesgos innecesarios. Es necesario para que se pueda acompañar, contener y razonar. Para que se pueda entender y no estigmatizar. Actualmente eso no se hace, y la principal razón es que acompañar es también un delito.
Salvar la vida física de la madre es más importante que la del feto. Esto es una realidad biológica. En todas las especies de la naturaleza.
Este «sentido común» me pone a favor de la legalidad. De considerar esta cuestión como una cuestión de política sanitaria: Salud física (para que no sigan muriendo en clandestinidad) y la salud psicológica (para que no sigan viviendo sus decisiones en solitario, aisladas).
La cuestión no es ética, no es de principios. Pero el tema es muy complejo. Y tiene diferentes aristas. He escuchado argumentos diversos y al parecer sostienen diferencias conceptuales. Por un lado la pregunta de si le corresponde a la mujer decidir sobre un cuerpo, su cuerpo, que alberga el embrión, y por otro lado si el embrión representa una vida humana.
Los cuerpos le pertenecen al Estado. Sobre todo el cuerpo femenino.
Con lo que escribo a continuación no pretendo abrir un debate o convencer al que piensa distinto sino simplemente profundizar sobre el análisis.
¿Tenemos decisión sobre nuestros cuerpos? ¿Quién soy yo para decidir sobre el cuerpo de otra persona? ¿quién es el otro para decidir sobre mi cuerpo? Si decido no comer. ¿Esto es un delito? Si decido lastimarme, ¿es un delito? si lo fuere, entonces ¿a quién le pertenece el cuerpo?
Al parecer el cuerpo le pertenece al estado y acá entramos en una cuestión filosófica y política. Apropiarme de mi cuerpo supone revisar algunas de las leyes hoy establecidas como la despenalización del suicidio o la prostitución. Mi cuerpo es mío y si bien formo parte de un tejido social, tengo un derecho y una autonomía.
Saber que la decisión sobre mi cuerpo la tiene otro es violencia. Es entender que mi cuerpo no sólo no me pertenece sino que le pertenece a un otro que puede decidir sobre él. Y si alguien puede decidir sobre mi cuerpo, esto es o esclavitud, violación o violencia.
Saber que la decisión sobre mi cuerpo la tiene otro es violencia. Es entender que mi cuerpo no sólo no me pertenece sino que le pertenece a un otro que puede decidir sobre él. Y si alguien puede decidir sobre mi cuerpo, esto es o esclavitud, violación o violencia.
Debatir sobre el aborto es debatir sobre quién decide sobre el propio cuerpo. Independientemente de las circunstancias. Si yo obligo a alguien que no quiere «gestar» a hacerlo, entonces estoy sometiendo a esa persona. Sometiéndola a que transite un proceso. Esto, además, traerá graves consecuencias sobre ese futuro ser humano.
No puedo obligar a alguien a amar, ni nadie ama porque otros lo decidan o lo legalicen.
El argumento entonces gira en torno de si esta decisión sobre su cuerpo le corresponde a ella o quien tiene que decidir es el estado.
Y así se abre el debate a una segunda cuestión. La mujer que decide abortar, ¿está decidiendo sobre la vida o el cuerpo de un otro?
¿Embrión o vida humana?
¿El embrión es ya un ser vivo, un otro? ¿es un cuerpo, es vida humana, es un sujeto, un ciudadano?
La respuesta a cada uno de estos conceptos resulta de un consenso social y cultural. No hay alrededor de estos una verdad absoluta a la cual podamos aferrarnos. Es, entonces, una construcción social y cultural y a lo largo del tiempo y de las diferentes culturas se ha entendido el inicio de la vida en diferentes momentos.
La religión católica, a lo largo de su historia, ha determinado que el inicio de la vida se da en diferentes momentos. Recién en el siglo XIX estableció la fecundación como el momento del inicio de la vida humana.
Algunas culturas suponen el inicio en la vida cuando el sujeto transita ciertos rituales. Otros consideran que el inicio de la vida se da cuando el sujeto logra la autonomía cerebral, o la autonomía física. Otros consideran que es en el momento en que el alma llega al cuerpo (que tampoco se sabe cuándo sucede). Otros que es cuando el corazón comienza a latir, Otros que es la unión de las gametas, y finalmente otros consideran que el inicio de la vida fue hace millones de años y desde ahí en más la vida sólo ha continuado replicándose.
Es importante entonces entender que esto es determinado en base a un consenso y no a una realidad. No hay ninguna teoría que suponga la verdad absoluta sobre esta discusión. Cuando empieza la vida es una cuestión, hasta hoy, de criterios y de interpretación, por lo tanto hay que escuchar sabiendo que si alguien le dice sujeto a un embrión se debe a que respeta un consenso y si alguien le dice embrión respeta otro consenso. Pero espero que se entienda, por lo arriba explicado que el debate de la terminología no puede incidir sobre el de la legalidad.
La ciencia, que tampoco se supone como verdad absoluta, nos dice que la unión de gametas no es suficiente para armar un ser humano, a pesar de que se genere un ADN diferente. Somos seres placentarios y necesitamos del constante contacto e intercambio de esa placenta sin la cual el feto no sólo no recibiría oxígeno y alimento, sino tampoco anticuerpos. Si la madre se muere, el feto también. No se ha conseguido una independencia física, cerebral o biológica del feto anterior a los seis meses.
¿Hay vida en el feto? Sí, como también la hay en el óvulo o en los espermas o en cualquier célula. No hay diferencias para la biología entre vida celular y vida humana. Que tenga un ADN diferente no genera ningún cambio porque aún no es un organismo independiente. ¿Hay alma? No lo sabemos, no hay estudios y depende de las suposiciones que cada cultura realiza.
En cuestiones civiles, ¿es considerado como un ciudadano? No. No está considerado como tal.
En cuestiones civiles, ¿es considerado como un ciudadano? No. No está considerado como tal.
Conclusión:
¿Quién soy yo, entonces, para ir a decirle al otro que si decide sobre su cuerpo está aniquilando una vida, entendiendo como vida algo más y diferente de lo que es un organismo vivo (ya que óvulos, espermas, y todas nuestras células son organismos vivos)?
Cuando a una mujer que decide sobre su cuerpo le decimos que tiene que amar incondicionalmente y que está matando a un bebito, ejercemos una violencia simbólica. Una «bajada de línea» que proviene de un discurso patriarcal y obsoleto. Un discurso que no sólo pretende el control de los cuerpos sino también de las formas de producción y otras cuestiones que escapan a este posteo.
La legalización, la discusión, el debate y la reflexión sobre el tema, abre la posibilidad de que demos asistencia y prevención a gran parte de la población que hoy vive estas cosas en la oscuridad. Pero tan importante como esa asistencia, abre a pensar en términos de que la mujer tenga la posibilidad de elegir. Esto es mucho más que una decisión política, es mucho más que atender una deficiencia del sistema de salud o carencias en materia educativa. Es entender que hay que revisar y cuestionarse todos los abordajes que hoy por hoy se realizan hacia la mujer. Porque esa es una violencia que está institucionalizada y naturalizada y que merece ser revisada y cambiada.
Lic. Rodolfo Falcón.
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