
Cuando hablamos de compasión es probable que entremos en confusiones dadas por el uso del término fuera del ámbito de la psicología. En otros espacios suele confudirse con el compadecimiento o la indulgencia. En este post pretendo dar una idea acabada de lo que No es la compasión para poder definir claramente lo que sí es.
Compasión no es tener lástima de alguien o de uno mismo
Muchas veces cuando nos referimos al término compasión se confunde con el término compadecerse. Es decir sentir lástima por el sufrimiento ajeno. Sentir lástima por alguien no permite una conexión y una comprensión sino que más bien te coloca por encima del otro, muchas veces infantilizándolo.
La lástima no dignifica al otro y es muy probable que la persona o se enoje o permanezca en un papel de víctima.
Tampoco es saludable cuando sentís lástima por vos mismo. Esa emoción es debilitante y te puede llevar a no desarrollar herramientas o recursos para salir de la situación que te está aquejando.
La compasión, en cambio tiene dos componentes fundamentales que lo diferencian de la lástima. Al mirar al otro, uno lo hace desde un lugar de «humanidad compartida» que le permite comprender el sufrimiento propio o ajeno. Es decir que lo veo como un igual, como alguien como yo que está sufriendo.
Y el segundo componente tiene que ver con el deseo de aliviar el sufrimiento propio o ajeno a través del afecto. La lástima bloquea el afecto, la compasión promueve el amor.
No es indulgencia o condescendencia
La indulgencia tiene que ver con la facilidad para perdonar y justificar las ofensas. Presupone una benevolencia independiente del entendimiento. Una imposición de «tener que ser bueno».
Pero en la compasión no se trata de dejar todo y volverse pasivo frente a la actitud del otro.
No busca la indulgencia a corto plazo (como la madre que da una chocolate a un niño para que no llore), sino que busca un bienestar a largo plazo (de hecho, las personas autocompasivas son más capaces de mantenerse en hábitos saludables como dieta sana, ejercicio o no consumo de tóxicos). Por ello desarrollar la compasión también tiene que ver con mejorar la inteligencia emocional pudiendo aplazar la gratificación inmediata.
Desarrollar la compasión no supone una actitud permisiva, sino que se asienta en el desarrollo de la sabiduría para poder comprender el actuar torpe propio o del otro y actuar en consecuencia.
Por ejemplo, si mi hijo golpea a alguien para sacarle un caramelo, no es cuestión de dejar pasar esa acción. El límite debe imponerse pero también debe acompañar la comprensión de la necesidad subjetiva detrás de ese acto. De esta forma no sólo corregimos la actitud llamando la atención sino que contenemos, damos afecto y ofrecemos recursos para que pueda actuar de otra forma frente a una situación similar.
No es permanecer con alguien que nos daña
Este es otro de los argumentos que he escuchado mucho en los cursos donde trabajamos la compasión. «¿Si soy compasivo entonces tengo que permanecer con alguien que me lastima?»
Esto tampoco es así. La comprensión de las necesidades de aquella persona que, en su afán, puede tener actitudes torpes que deriven en sufrimiento de otros no necesariamente quiere decir que debemos permanecer a su lado. Es más, si tomamos conciencia de esto, la actitud más saludable puede llegar a ser la de alejarse.
Siempre es importante entender que uno puede dar hasta cierto punto, respetándose y siendo también compasivo con uno mismo para reconocer sus propios límites y debilidades. Cuando somos conscientes de hasta donde podemos, y respetamos estos límites entonces podemos actuar con más claridad, alejándonos de aquellas situaciones que nos dañan.
Es importante, en este sentido, entender que la compasión no va sólo en dirección de los demás, sino también de uno mismo. Es preciso entonces poder conocerse, reconocer los límites propios y hasta dónde puedo dar.
La compasión no es ser débil
En el mundo moderno muchas veces se hace gala de la competencia y de ser fuerte para derrotar a tus enemigos. «Pisar cabezas» o ver la vida como una «jungla» promueve una actitud poco empática y comprensiva con el que está al lado.
Es por ello que muchas veces la compasión es entendida como debilidad. Como un accionar en donde uno no va a defender sus intereses o derechos. Muchas veces se la confunde con una actitud pasiva o débil. Esto tampoco es así. Por ser compasivos no necesariamente dejaremos de defender nuestras posturas o intereses.
Como dice Javier García Campayo «En realidad es una forma de trabajar con nuestra mente para evitar emociones negativas como la culpa, la hostilidad o la envidia, por lo que aumenta la resiliencia.». Nuevamente, si tenemos en claro nuestro sentir y nuestro pensar, la compasión puede ser una herramienta que nos permita actuar y defender nuestra postura de una manera más asertiva.
No es igual a la empatía
La empatía es un concepto muy utilizado en medicina y psicología y que describe la capacidad de sentir y entender las emociones de la otra persona. Algunos autores la describen como «ponerse en los zapatos del otro». De esta forma una persona empática es aquella que de alguna manera puede sentir lo que siente el otro.
En la compasión hacemos uso de la empatía pero sólo en una pequeña porción. No pretendemos permanecer en ese estado, pues ese estado puede llevarnos a perder nuestras energías y no aportar en nada beneficioso. Una vez que entramos en contacto con lo que siente la otra persona, en la compasión nos movemos internamente hacia el afecto que pueda aminorar el sufrimiento.
Al trabajar con la compasión, podemos conectar con el sufrimiento del otro, pero lo justo y necesario como para reconocerlo. Posteriormente nos moveremos hacia un afecto positivo, como el amor, para reducir el dolor, propio o ajeno.
¿Qué sí es compasión?
Según Paul Gilbert es la clara consciencia del sufrimiento propio y ajeno y la intención de aminorar el sufrimiento.
Los dos elementos que la constituyen son la capacidad de observar, detectar, y sentir el sentir del otro (o de reconocer el propio) y por otro lado conectar con el deseo innato de aliviar el dolor (propio o ajeno).
En este sentido la compasión es una motivación y no una emoción, ya que orienta la conducta humana.
Según Kristin Neff el concepto de compasión tiene 3 componentes. El primero es el concepto de mindfulness, que nos permitiría hacernos consciente del sufrimiento propio o ajeno, sin juicios ni críticas; sin indiferencia y tampoco sobre identificándonos con él. El segundo componente es el de humanidad compartida, en donde entendemos que lo que sentimos lo sienten o lo han sentido miles de personas. En este componente naturalizamos el sufrimiento humano evitando el juicio o el ensimismamiento. El tercer componente habla de la autocompasión, que implica afecto, comprensión y amabilidad hacia uno mismo cuando uno experimenta sufrimiento. De esta manera estaríamos cimentando las bases también para vincularnos con otros.
En otros posteos quiero contarte y desarrollar esta idea que esta revolucionando el mundo de la psicoterapia y de la ciencia. Se han reportado mejorías notables en el grado de satisfacción con la vida, en los índices de felicidad y en la capacidad para transitar las dificultades.