
Reconocer para sanar
Le he dolido a mucha gente. Seguramente. Empezando por mi madre durante el embarazo y en el parto. También le he hecho daño a mis semejantes, he lastimado con mis palabras a otros niños en el colegio, les hice doler a mis sobrinos cuando me sacaban de mis casillas…
He cortado relaciones a pesar de que me querían, he defraudado notablemente a personas muy cercanas que tenían expectativas y confianza en mí. Le he fallado a muy buenos amigos y no he estado en momentos importantes de mis semejantes.
He tenido reacciones que provocaron dolor en mi pareja, o en mis padres. Y seguramente, alguien me tiene verdadera aversión.
También otros han sido catalizadores de mi propio dolor, también otros han dicho, hecho o no hecho, acciones o palabras que provocaron (por mi condicionamiento) dolor en mi.
Y ante todo esto la pregunta es: «¿Es posible perdonar al otro? ¿Es posible perdonarse a uno mismo? ¿Cómo sanar esos dolores?
La búsqueda de la inocencia
La neutralidad del terapeuta se hace añicos cuando escuchas a un padre que perdió a su hijo. Es desgarrador escuchar los dolores y las heridas que las personas traen al consultorio. Abortos en condiciones infrahumanas, violentos abusos, vidas que se desmoronan, grandes frustraciones, abandonos primarios, agresivas peleas y muchos miedos.
El laboratorio psicológico tiene una tarea difícil, una alquimia interesante. Transformar todos esos dolores en salud. Asumir un lugar responsable ante lo que sucede.
Muchas veces la persona que viene afirma que la razón de todos sus males es su pareja. Otras los destinatarios de esas acusaciones son los padres, se les atribuyen los dolores internos que se guardan en el cuerpo. En ocasiones, el mal que aqueja tiene lugar por los hijos o por la economía, la sociedad, los amigos, o tal vez aquella persona que decide no prestarnos suficiente atención o que nos injurió en el pasado.
Se va construyendo un mundo de víctimas y perpetradores., de culpables e inocentes. Personas que deberían haber dado más y de gente que supuestamente recibió menos de lo necesario.
En ese universo la persona busca inconscientemente ser inocente y víctima para conservar los derechos (derecho a reclamar, derecho a pedir, derecho a que me vaya mal, etc). Si soy culpable del mal del otro los perdería, pero si soy inocente, si los malos son los demás, entonces los conservo. Esto se lee en una frase que comentó de una colega: «En el asiento de mi consultorio siempre se sientan los buenos, los que sufren a expensas de los demás, los malos nunca vienen».
Es decir que las personas buscamos inconscientemente ser inocentes. De esta manera no asumimos responsabilidades evidentes y otras que no lo son tanto. Buscamos responsabilizar al otro y de esta manera asumimos un lugar pasivo, de víctima.
Responsabilizarse
Muchas veces el proceso terapéutico consiste en dirigir la atención a la responsabilidad propia. A lo que uno hizo para que las cosas pasen, o a lo que no hizo para que cambien. La implicación propia es necesaria para un proceso de sanación. Para ese cambio también es preciso comprender que el otro hizo lo que pudo, dentro de sus posibilidades, a partir de su educación y de un montón de otros aspectos.
No somos nadie para juzgar a los demás, en vez de eso, la terapia (al menos a la que adhiero) promueve que uno mire su propio ombligo y entienda qué papel está representando y qué debe hacer para modificar su realidad.
Muchas veces es difícil porque el paciente entiende que cuando sucedió lo sucedido, era pequeño e indefenso, incapaz de decidir el curso del destino. Eso es cierto. Es preciso entonces que pueda entender que la responsabilidad refiere a la actitud actual con la cual está llevando adelante su situación. ¿Qué actitud está teniendo ahora con respecto al tema? ¿Pudo soltar el drama y los dolores para seguir adelante o sigue sosteniendo el odio a su pasado?
En algunas ocasiones el enojo es con la vida, o con Dios. En estas situaciones entiendo que la persona no acusa a nadie en particular, pero sí culpa al destino, la vida o las divinidades de su «mala suerte». Esto no es muy distinto a lo expresado anteriormente. La pregunta también en este caso es ¿Con qué actitud estoy llevando adelante lo que me sucede? Podemos preguntar si sirve de algo culpar al destino o si es mejor poder transitar nuestros dolores y así asumir un rol activo en el diseño de nuestro día a día.
Perdonar y perdonarse
Pero asumir un rol activo y responsable nos lleva a una dificultad aún mayor. Ser capaces de entendernos a nosotros mismos. La posibilidad de ser compasivos con nuestras actitudes y nuestros errores es y ha sido una de las dificultades más importantes de la terapia. La no aceptación de nosotros mismos es lo que muchas veces nos lleva a proyectar culpas y responsabilidades. Después del procesos de responsabilizarse esta el proceso de aceptarse, de mirarse y reconocerse. Eso no es nada sencillo.
Poder integrar la propia sombra es un trabajo arduo pero sanador. Poder mirar que somos también lo negativo, que poseemos manchas en nuestra historia, que tenemos morbos, egoísmos y miedos es el proceso más importante de la sanación.
Reconocer y aceptar que somos humanos y que eso que nos trae sufrimiento es con lo que tenemos que lidiar.
Aceptar nuestra condición de imperfectos y nuestro propósito de trabajarlo.
No se trata de echar culpas, no se trata de creerse perfectos, sino de mirarse amorosamente, como si miráramos a nuestro hijo. Se trata de cultivar en nosotros un amor profundo e incondicional que pueda observar nuestras actitudes pasadas aceptándolas.
Muchas veces no queremos aceptarnos porque consideramos que si lo hacemos entonces seguiremos cometiendo errores. Errores cometeremos siempre, criticarnos nos es una buena manera de comenzar a cambiar.
Aceptar y soltar
He hablado de perdón, aunque no es la manera en que lo pienso. Pienso en soltar y en el amor compasivo. Creo que sólo se puede sanar desde ahí. Desde la aceptación. Una aceptación que no es resignación, una aceptación que entiende y decide cambiar lo que sea necesario cambiar.
Yo reconozco algunos de los sufrimientos en los cuales formé parte. Y lamento profundamente que mi torpeza haya ayudado a generar lo que generó. También sé que es necesario no sólo aceptar, sino soltar esos dolores. Reconocerme humano e imperfecto y aún así amarme. Reconocer a los demás también en las mismas condiciones y aún así amarlos. Por más que después necesite caminar caminos diferentes.