
Al viajar en subte, esperar en la cola del super, recibir a alguien que está esperando en la sala de espera o cualquier otra situación donde haya un tiempo muerto me encuentro con lo mismo. Personas absortas en sus celulares, navegando, jugando algún juego o, rara vez, leyendo algún libro.
Atrás quedaron esas tardes en donde al caminar por el barrio veías personas simplemente observando la calle, o conversando con otros. Personas que puedan conectar con lo que les rodea de una manera espontánea.
El silencio resulta amenazador, el vacío es nuestro mayor miedo y escapar de ambos parece ser la tendencia habitual. Parecen remitirnos a una soledad que se cierne sobre nosotros como un escenario oscuro.
Pareciera que le tememos al silencio y nos pasamos la vida huyendo de él.
Había un hombre que se turbó tanto al ver su propia sombra
y le desagradaron tanto sus propios pasos,
que decidió deshacerse de ambas cosas.
El método que utilizó fue huir de ellas.
Así que se puso en pie y corrió.
Pero cada vez que ponía un pie en el suelo aparecía otro
paso, mientras que su sombra le seguía de cerca sin
ninguna dificultad.
Atribuyó su fracaso al hecho de que no corría con suficiente rapidez.
Así que empezó a correr cada vez más rápido,
sin detenerse, hasta que finalmente cayó muerto.
No se dio cuenta de que si se limitaba a ir por un lugar sombreado, la sombra desaparecería, y que si se sentaba
y permanecía inmóvil, no habría más pasos.
Chuang Tzu
Recuerdo un día al llegar a mi hogar con mi hermano mayor, se sentó a la mesa y en el silencio de la tarde me dijo: «Prendé la tele, poné música o algo.»
Le pregunté qué le pasaba y me comentó que el silencio lo ponía nervioso. Algo similar he escuchado de otras personas para quienes el silencio no les permite reconocer el paso del tiempo. Se «pierden».
También reconozco en mí al ego huidizo que pretende utilizar cada segundo para estar en acción, como si necesitara realmente llegar a algún lado. Lo veo en mis pacientes que pretenden trabajar cada vez más, creyendo llegar a un momento donde podrán relajarse y dejar de hacerlo.
Pero lo cierto es que más que pretender llegar a algún lado, pareciera que todos queremos escapar de algo. Siempre estamos absorbiendo algo, música, televisión, libros o pensamientos. ¿De qué escapamos?
«Si me detuviera y conectara con todo lo que me pasó en la vida, sería muy doloroso» me dijo una vez un paciente. Al parecer su adicción al trabajo era la manera de mantenerse sedado de su realidad. «El silencio me hace ver que estoy solo» me comentó otro. Huímos del dolor, del vacío y de la soledad. Nos distraemos para no conectar con esas cosas y avanzamos como temerarios en la vida. Son raros los momentos en donde pretendo sentarme sólo con mi soledad. Donde me animo a dejar que si hay dolor, aparezca y transcurra.
Para evitar ese contacto hoy en día hay miles de distractores. Las tablets, celulares, juegos, libros y muchos más. Pero basta una mente agitada que se la pase proyectando o rememorando. Esta puede ser una distracción más que efectiva.
Conectar puede ser doloroso pero también nos permite estar vivos. Conectarnos con el presente, con algo que está delante de nosotros o con una persona, puede ser intenso, doloroso o por el contrario, maravilloso. La dicha de la vida puede llegar a ser el resultado de esa conexión.
Pero en la medida de que evitamos conectar, de que tememos al dolor, decidimos vivir una vida empobrecida.
El vacío que evitamos nos genera ansiedad, de la cual pretendemos escapar con ruido.
Puede que haya en él la necesidad de aceptación, la búsqueda de contención. Puede que existan miedos y angustias ancestrales. Recuerdos e imágenes dolorosas, producto también de lo mentalmente construido alrededor de lo vivido.
Seguramente el lector se reconocerá en alguna de las situaciones descritas porque no es algo que le pase a una o dos personas. Nos pasa a la mayoría.
Como dice Thich nhat han «¿A qué le tenemos tanto miedo? Podemos sentir un vacío interior, una sensación de aislamiento, de tristeza o inquietud. También podemos sentirnos desolados, no queridos. Podemos sentir que nos falta algo importante. Algunos de estos sentimientos son muy viejos, y han estado con nosotros siempre, debajo de todo nuestro hacer y pensar. Disponer de tantos estímulos hace que sea más fácil para nosotros distraernos de lo que estamos sintiendo. Pero cuando hay silencio, todas estas cosas aparecen claramente.»
Es preciso para quienes tienen el coraje de transitar esto, poder unir mente, cuerpo y espíritu. Poder llevar nuestra atención al momento presente. Ser conscientes de nuestra respiración, de nuestro andar, de nuestro cuerpo o de nuestros pensamientos nos acerca al momento presente. Si observamos con aceptación, sin juicio, si tenemos la actitud correcta, entonces conectaremos mente y cuerpo. No sólo eso, sino que conectaremos mente y cuerpo con el momento presente. Permitiremos el fluir emocional. Si logramos soltar podremos dejar ir aquello que albergamos y no nos sirve y tal vez reconozcamos el miedo y podamos mirarlo de frente.
El silencio puede ser la conexión con lo divino, así lo han dicho miles de corrientes espirituales. El silencio le hace bien al cerebro. Pero cuando logro trascender el miedo al silencio, la vida cobra mayor gracia.
Te invito entonces, a explorar tu silencio interno, a conectar con tu cuerpo y atender a tu presente. El mindfulness es una de tantas formas de lograr esto. Con dedicación y una motivación genuina.