Hay tres condicionamientos muy presentes en nuestra sociedad y en nuestra cultura que dificultan la práctica de la meditación. Por un lado un conflicto de valores, ya que la sociedad occidental se caracteriza principalmente por el hacer (diría la sociedad moderna, pues actualmente gran parte de las sociedades orientales sostienen esta premisa). Hacer, actuar, evitar el ocio. La meditación en cambio procede de la postura de NO HACER para poder SER.
El segundo conflicto que nos trasciende a todos tiene que ver con la poca disciplina que tenemos para realizar actos en pos de nuestra salud. Si bien es algo que viene en aumento, el hecho de estar todo el día en actividad nos lleva a descuidarnos, acelerarnos y no encontrar momentos para ocuparnos de nuestra salud.
El tercero es una dificultad de contexto. Si bien la meditación se ha ido instalando, sigue siendo una actividad practicada por una minoría; lo que conlleva a diferencias, prejuicios y el no entendimiento del que no practica. Este tipo de situaciones pueden vivirse negativamente dificultando la práctica.
Más allá de estas condiciones generales, me gustaría relatar otras, de aquellos que empiezan con la práctica o no se animan. Aquellas cosas que suelen suceder.
1- No puedo poner la mente en blanco o dejar de pensar.
Muchos practicantes, tal vez por la desinformación, o tal vez por una elección diferente a aquella que les resulte más cómoda, creen que la meditación radica en poner la mente en blanco o en no pensar. El pensamiento es el resultado de un estímulo eléctrico en el cerebro y evitar ese estímulo no es una posibilidad fácilmente alcanzable.
La solución radica en no pretender dejar de pensar o tener la mente en blanco, sino en no verse afectado por tales irrupciones del pensamiento. Es decir prestar atención a esos pensamientos, observarlos y dejarlos pasar. Poder observarlos en el presente, como uno observa una flor, o una nube que pasa por el cielo.
2- La idea de quedarme quieto me aterra.
Hay tradiciones meditativas orientales que son muy rigurosas. En otros tiempos los maestros que enseñaban a meditar poseían una rigurosidad implacable y no permitían el menor desliz. Sin embargo, actualmente la cuestión se ha flexibilizado, pretendiendo lograr los mismos efectos de otras maneras.
La meditación es tan distinta a nuestro ritmo de vida, que es normal que haya una inercia física que quiera continuar con el movimiento. Hay dos soluciones para esto.
Una es la realización de ejercicio físico o movimiento antes de la práctica sentada. Podría ser salir a correr, bailar, o simplemente realizar movimientos de yoga o de bioenergética. Al rato de realizar esta acción y de liberar energía, entonces uno puede sentarse y disfrutar del relajo de estar sin moverse.
La otra solución es realizar los movimientos que nuestro cuerpo nos está exigiendo en el momento de estar sentado. Si necesito relajar las piernas después de tenerlas veinte minutos flexionadas, está bien, puedo hacerlo con atención y lentitud, y volver a la posición requerida sin entrar en conflicto. La práctica ira adaptando mis músculos a prácticas más prolongadas.
3- Ni bien me siento empiezo a sentirme ansioso, me empieza a picar todo.
Cuando la mente comienza a sentirse acorralada, cuando uno le quita el conejito que incesantemente persigue, no sabe qué hacer ni dónde ir. En ese momento comienza a generar una serie de sensaciones que distraen o llaman la atención.
Para solucionar esta dificultad aconsejo, por un lado lo mismo que en el punto anterior, hacer algo de ejercicio y descargar. Por otro lado, una vez sentado si siento que algo me pica, por ejemplo, puedo observarlo, prestarle completa atención para ver si es realmente necesario que me rasque. Por lo general estas sensaciones pasan después de unos minutos. Si no pasan y necesito hacer algún movimiento puedo hacerlo con completa atención.
4- No tengo tiempo.
La excusa más utilizada o la razón más escuchada. Existe un dicho zen que me gusta mucho y dice: «Si tienes tiempo para meditar, medita una hora. Si no tienes tiempo entonces medita dos horas.»
Esto es claro, si en mi vida no puedo destinar veinte minutos a sentarme y no hacer nada, entonces es probable que mi vida vaya directo a entrar en un estado de estrés. El tiempo no se tiene, se hace.
Por lo tanto la idea principal sobre esta cuestión es hacerse el tiempo. Te recomiendo aprovechar los tiempos muertos, la primera hora de la mañana (levantate veinte minutos antes si es necesario) y empieza meditando de a períodos de veinte minutos.
5- No quiero estar sentado.
La meditación no es sólo una práctica que se realiza sentado y con los ojos cerrados. La meditación es un estado de la conciencia que uno puede llevar a todos lados. Si estar sentado no es de tu agrado, te sugiero que realices la práctica en otras posiciones durante el día, o incluso en actividad. Podés leer un libro como «El poder del ahora» de Eckart Thole, y llevar ese estado de estar presente en cada una de tus actividades. Ducharse con atención plena, caminar con atención plena, comer con atención plena o hasta realizar ejercicio con atención plena.