Más de dos mil años de cultura occidental nos ha llevado a creer que el perdón es una virtud, una cualidad que tenemos que cultivar. Se ha relacionado el perdón con la humildad o con la bondad, pero esto no es con lo que me encuentro en el consultorio Al contrario, muchas veces me ha sido más fácil relacionar la situación de perdonar con la arrogancia, o con la creencia de tener más autoridad o ser más bueno que el otro.
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El perdón no es bueno.
Cuando uno perdona, puede tener la intención de liberarse del dolor de la situación. Pero el uso del perdón tiene posibles efectos inconscientes que me gustaría analizar. Cuando una persona afecta o injuria con intención o por error, a otra, en el mejor de los casos le pide perdón. Esto no sólo deja al inocente afectado, sino que además este tiene que hacer algo más por la persona que la afectó. En sí, Perdonarla.
Esto genera una sobrecarga sobre la víctima, quien además de reponerse de la ofensa, tiene que ser aún más benévolo, y perdonar, es decir librar al otro del supuesto peso de la culpa.
Al mismo tiempo, al perdonar puede estar ubicándose, inconscientemente, en un lugar superior y arrogante: «Como soy más bueno o más grande que el otro, también soy el que tiene el poder de solucionar el altercado.» Este poder relativo que se le da a la víctima no genera un restablecimiento del equilibrio entre las partes, sino que mas bien profundiza las diferencias. La víctima, que ya está en un lugar de bueno, queda en un lugar aún de más bueno y el culpable que ya hizo un daño, queda a merced de la buena voluntad del otro, perdiendo su dignidad.
Desde la mirada del culpable la vinculación con el concepto del perdón no es mejor. Muchas veces no hay un reconocimiento del error. Otras tantas existe el reconocimiento pero es el orgullo el que le impide acercarse a la víctima y reconocérselo, pues teme perder su dignidad. En otras, es el miedo al rechazo, a la negativa o a la respuesta de la víctima y eso impide el movimiento necesario para restablecer la situación. Si sobre poniéndose a todo esto, logra acercarse a la víctima y reconocer su error pidiendo perdón, queda sujeto a la buena voluntad del otro. Es decir que no tiene forma, por sí mismo, de ordenar o mejorar la situación. Queda a merced.
Resultado de estas implicaciones en la representación de lo que es el perdón, ha generado que muchos ofendidos nunca suelten las ofensas y que muchos ofensores no reconozcan sus culpas. Retener los enojos o las culpas, bloquearlas, invisibilizarlas, es una de las maneras de enfermarse uno mismo o de enfermar a la familia, como se ve en la película Coco. Muchas familias continúan trasladando los enojos y dolores no resueltos en generaciones venideras.
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¿Qué hacer entonces?
Hay que entender que cuando hablamos de «perdón», lo hacemos entendiendo ciertas implicaciones que esta palabra tiene y que dificultan la reconciliación, el soltar o la posibilidad de conectar.
Según Bert Hellinger, creador de las constelaciones familiares, para lograr una reconciliación verdadera, el inocente no sólo tiene el derecho de exigir la reparación y expiación, sino incluso tiene la obligación de hacerlo y el culpable no sólo tiene la obligación de llevar las consecuencias de sus actos sino que tiene también el derecho de hacerlo.
Esto quiere decir que el inocente tiene el derecho de soltar el ánimo vinculado con la situación donde fue ofendido pero también tiene la obligación de hacerlo, no puede negarse, por el bien de su salud física y emocional. Al culpable, no sólo le corresponde llevar las consecuencias de sus actos, sino que este es su derecho, pues de esta manera logra sostener su dignidad.
De esta manera podríamos decir que existe un «perdón» bueno, que es el que respeta la dignidad del culpable. En esta situación la víctima puede decir «las consecuencias de tus actos, con vos las dejo.». Este perdón exige que la víctima no lleve sus exigencias hasta el último extremo y que también acepte la recompensa y la expiación que el perpetrador ofrezca.
El perdón que efectivamente ayuda, significa aceptación e incluso amor hacia lo sucedido, hacia los hechos tal como fueron, aunque hayan sido dolorosos.
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Lo siento.
Existe una lógica diferente cuando una persona puede decir «lo siento» desde el corazón. Decir lo siento quiere decir que a mi también me afectó el daño que hice. Quiere decir que reconozco y empatizo, pudiendo incluso llegar a sentir lo que el otro siente. También al decirlo, estoy diciendo que me responsabilizo de la situación.
Hacerme responsable de la situación puede darme fuerza al mismo tiempo que me devuelve la dignidad. Me da la posibilidad de cargar con las consecuencias liberando al damnificado. En el documental Human, un hombre reconoce haber matado a su familia, en sus ojos uno puede ver el arrepentimiento y el entendimiento; al verlo uno puede ver en él dignidad… No sucede lo mismo al ver al odontólogo Barreda, por ejemplo.
También si soy la víctima, es preciso que exija el reconocimiento del otro, pero también que deje con él las consecuencias de sus actos, esto implica soltar todas las cuestiones emocionales que puedan estar ligadas al asunto. Liberarme del enojo y del dolor, aceptando que le corresponde al otro llevar las cargas de esos actos. Liberarse de los dolores y los enojos es el acto más humilde y sanador que un ofendido puede hacer.
Esto no implica que tenga que continuar relacionándose con un perpetrador o que impida que haya castigos sociales o consecuencias sobre el otro.
Para las constelaciones cuando el desequilibrio generado por el daño es difícil de equilibrar por medio del reconocimiento sincero y del corazón (siempre y cuando no hablemos de relaciones entre padres e hijos), lo más sano que puede hacerse es ir equilibrando la situación generando un daño un poco más leve al que fue recibido. De esta manera no hay inocentes y culpables, y se va reduciendo el impacto hasta llegar al equilibrio. Cuando este movimiento se hace desde el amor, la posibilidad de llegar al equilibrio se vuelve real.
Cuando yo hago un daño menor al otro, éste lo acepta con el mismo amor y siente la necesidad de devolver ahora con algo bueno para el vínculo, y éste queda sanado.
Esta idea es un poco controversial, pero implica entender que en ciertas relaciones es más importante el equilibrio que ser inocente. Que incluso quedar en el lugar del inocente y el otro en el lugar del culpable, no posibilita el avance. Al equilibrio no se llega desde el rencor o la bronca. Es desde el amor y la conciencia en donde uno le dice al otro «yo no soy mejor que tú.»
Muy buen artículo Rodo!
Muchas gracias Rosana!
Muchas gracias Rosana!
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